El salvaje y mágico universo de Joâo Guimarâes Rosa.

Escribir a la intemperie

Médico rural por obra de la providencia, diplomático por decisión propia, y escritor por fatalidad, el autor de "Gran Sertón: Veredas" logró, como nadie en su patria, revolucionar los recortes estilísticos de la lengua y explorar sin límites "el plumaje" de las palabras.

Nota publicada en el Diario Clarín

 

Por Agustina Roca

 

Riobaldo, ese protagonista de Gran Sertón: Veredas , que de viejo relata sus aventuras en esas tierras salvajes y desérticas del sertón de Minas Gerais, recalca constantemente en su monólogo: "Vivir es un negocio muy peligroso" . Y quizás su autor, Joâo Guimarâes Rosa. (1908), médico rural, había corroborado esta afirmación en las infinitas horas que pasaba cabalgando con su bayo por las cercanías de Itaguara, visitando a sus pacientes de la serranías. Allí, a solas con su sombra, durmiendo en su recado, soportando los azotes del calor del mediodía, los mosquitos, las distancias y la sequía, Guimarâes comprendió que la vida es una travesía, como a él le gustaba llamarla, un constante fluir donde el único puerto posible es la duda, la inseguridad dentro de ese movimiento: "Amigos somos. ¿No nada?. ¡El diablo no hay!. Es lo que yo digo, si hubiese... lo que existe es el hombre humano. Travesía"

El sertón que este inefable narrador convierte en leyendas son esas tierras altas y desérticas que lindan con ese otro sertón, el nordestino. Estos pagos estaban, a fines del siglo pasado, divididos por infinitas bandas de bandidos que respondían a políticos de la zona. Los personajes rosianos son campesinos, muchos de ellos con esa sabiduría profunda de tierra adentro, que se ven obligados a trenzarse en una lucha cuerpo a cuerpo con la existencia, durmiendo donde los agarre la noche, atacando, defendiéndose y -por lo tanto- viviendo de momento en momento y de lugar en lugar: "Y no se apegaban a sitio alguno, tan transitorio les parecía el mundo, yendo y viniendo, con sus tonadas que eran para aumentar su cantidad de amor".

Acerca del humor

El sertón es para el autor ese espacio físico donde no existen límites, ese rincón mítico que refleja el universo y donde se entremezclan lo cotidiano y lo sagrado. El escritor se entregó amorosamente a ese paisaje , a los lugareños y logró como pocos descender hasta los orígenes de la comunidad sertonera, transformándolo así en un arquetipo del mundo y de la aventura humana, arquetipo que se equipara a La Mancha de Cervantes, al Dublín de Joyce o al condado sureño de Faulkner.

En esos cuatro prefacios -a veces apologéticos, otras confesionales y casi siempre irónicos- que escribió en su último libro de relatos, Menudencia , traducido con hidalguía por el poeta y ensayista Santiago Kovadloff, el impredecible autor minero, además de algunas trampas que tendió en ellos a los críticos -travesura que le apasiona- reveló ciertas claves para entender su obra. En el primero " Fideos y Hermenéutica ", explica el sentido que para él cumple el humor. Dice: "En el terreno del humor, inmenso en confines varios, se presienten muy fecundos puntos y caminos. Y que, en la práctica del arte, comicidad y humorismo actúan como catalizadores o sensibilizadores de lo alegórico-espiritual y de lo no-prosáico, es cosa que puede comprobarse en modo grande. ¿Reír a valer?. Aciértase en eso en Chaplin y en Cervantes". El humor, para Guimarâes, se emparenta en esas situaciones absurdas, tan deliciosamente rosianas que recuerdan a las novelas de caballería que cierran la edad media ibérica. Esa ficción épica de los infatigables caballeros andantes que Cervantes parodió en el Quijote. El protagonista de Gran Sertón: Veredas , Riobaldo -por ejemplo- está inspirado, como esos prototipos, en el honor y en todos los sentimientos sublimes del ser humano.

Este autor, a quien cuando uno lo lee percibe que no estaba en sus planes facilitarle las cosas al lector, sino que -en el mejor estilo de un budista zen- se divertía quebrándole la lógica para obligarlo a acercarse a sus textos con su imaginación abierta de par en par, publicó su primer libro, Sagarana (1946), a los 38 años, una edad bastante avanzada para los escritores brasileños que suelen ser en general precoces en cuanto a edición se refiere. En esta narrativa ya demostraba que era ante todo, un poeta. Un poeta que eligió la prosa porque quizá la consideró un marco más adecuado para reflejar esos paisajes yermos de Minas Gerais. Aunque este hombre -que tenía inédito su primer libro de poemas, Magma - cinceló su narrativa con el ritmo y la estructura del verso, logrando así desdibujar las fronteras entre la narrativa y la lírica.

Este poeta, convertido en médico rural por lo avatares de eso en que él creía tanto, el destino, dejó un día su mítico sertón para transformarse en diplomático y viajar, como era su obsesión, por el mundo. A pesar de la ausencia física nunca abandonó el lugar de su infancia ya que los olores y los sabores de esos rincones de Minas permanecieron para siempre incrustados en su obra, a lo largo de toda ella, como un hilo conductor.

Una anécdota explica magistralmente, la relación que existió entre J.G.R., el andariego que nunca se despegó de sus pagos, y los habitantes del sertón. Una anécdota maravillosa que él no llegó a conocer porque había muerto (1967) y parece un episodio escapado de su narrativa. Hace algunos años, en un pueblito de Minas Gerais, se juzgó a un anciano por un delito común. El caso conmocionó a los lugareños e interesó vivamente al mundo intelectual. Es que ese campesino había sido amigo de Guimarâes Rosa y éste empleo su nombre en uno de los títulos de sus relatos. Los lugareños estaban tan excitados que, temiendo algún desmadre, el fiscal y el defensor tuvieron que explicar durante la audiencia oral que se estaba procesando a un hombre de carne y hueso y no a un personaje casi mítico.

Mago de la palabra

Y mirando al horizonte, en esas profundas cabalgatas por las sierras de Minas Gerais, el autor detenía su caballo y cumplía con un ritual: anotar en una libreta de hule que colgaba de un cordón al botón de su camisa junto con un lápiz de doble punta, todo lo que llamaba su atención del mundo animal y vegetal aunque, por sobre todo le interesaba registrar con absoluta fidelidad el habla de sus habitantes: "Yo siempre estaba atento, escuchaba todo lo que podía y fui transformando en leyenda el ambiente que me rodeaba".

Quien ha leído al autor minero sabe que lo más sorprendente es el modo de enfrentar a la palabra quizás porque consideraba que "las palabras tiene canto y plumaje". Guimarâes Rosa revolucionó los recursos estilísticos de la lengua. El lenguaje, de una riqueza insólita e intensa plasticidad, es la verdadera materia de sus textos. Con él, la unidad tradicional de la lengua brasileña, que desde el romanticismo ha ido recibiendo un enriquecimiento sintáctico, sufrirá un impacto. Este gran creador, que no respetaba normas ni convenciones, va a terminar definitivamente con cualquier ligazón que aún persista entre las formas de expresión lusitanas y las brasileñas.

Guimarâes, que ante la palabra era un explorador, investigó a fondo las diversas camadas de la lengua portuguesa -la arcaica, la erudita y la popular- alterándola para adecuarla a una prosa que fluye poéticamente y que, poéticamente, revoluciona sintaxis y semántica. A la primera la acomoda en medidas flexibles que tienen su estructura propia y a la segunda la enriquece con una potencia verbal inédita capaz de hacer revivir regionalismos, asimilar vocablos de otras lenguas y crear otros nuevos, especialmente con elementos del dialecto sertanejo, principal fuente del autor. Gran Sertón: Veredas (1956), ese libro que fue magistralmente traducido por el poeta español Angel Crespo -como el mismo Guimarâes lo reconoció- muestra las posibilidades reales de la lengua brasileña, al punto que sus expresiones y modismos, tan contrarios a las reglas gramaticales, ya son moneda corriente en la autonomía ling ü ística de ese país.

Horror a lo efímero

Es un lenguaje vívido que parece estar creado no para ser leído sino para ser escuchado en una ronda de luna llena junto a un fogón. Esta característica quizás sea un homenaje del autor a todos los viejos que conoció en su infancia en Cordisburgo. Se reunía con ellos y, entre vino va y vino viene, el pequeño escuchaba, deslumbrado, las historias que contaban de los bandidos del sertón. En otros de esos famosos prefacios de " Menudencia " habla de Zito, un arriero con el que compartió algunos viajes transportando tropillas de caballos, un hombre silencioso que realizaba un oficio a escondidas. Cuando de noche, encendían el fuego para charlar o jugar al truco, Zito se retiraba. Estiraba un cuero de vaca en el suelo, sacaba un cuaderno de tapas escolares y con un lápiz, minúsculo, allí, debajo de las estrellas, escribía sus poemas.

De ese hombre, poeta de intemperie, Guimarâes relató la definición que un día le dio sobre la misión que debía cumplir un libro: "Según su parecer, debía ser para releerse a voz abierta, incluso en medio de la barahúnda y los galopes, contra el estrépito y el eco de los pasos de los bueyes, en las sinuosidades de las serranías". El tal Zito no se detuvo allí, remató diciéndole: "Un libro para ser cierto, debería escribirse por boca de Dios, desparramar paz para todos, empujando a la gente a corajes".

-¿Y la verdad?-, le preguntó Guimarâes.

-Sepa usted perdonar mi poca sabiduría ... pero el montón de cosas que uno ve, ahí, es falso".

Quizás esta anécdota sirva para reflejar ese clima mágico que rodea la narrativa del autor sertanejo, quizá también se pueda leer entre líneas lo que él mismo pensaba sobre su oficio. Guimarâes siempre buscó expresar en sus narraciones algo trascendente: "Tengo horror a lo efímero" , solía repetir a quien lo quisiese escuchar.

Premoniciones

La década del ´50 en Brasil abría las puertas a una nueva literatura. Dos magos, Guimarâes Rosa y Clarice Lispector, irrumpieron con todo su talento creando dos universos literarios absolutamente diferentes entre sí pero con algunos puentes que los unían. Ambos le torcieron el cuello al lenguaje y lo hicieron con tanto énfasis que se convirtieron en pioneros de lo que se denomina "la nueva narrativa brasileña".

Ambos poetas, porque eso es lo que en esencia eran, marcaron a fuego a las nuevas generaciones. Desde el punto de vista lingüístico, el autor minero no pudo dejar descendientes por esa relación especialísima que estableció con la palabra y con la lengua. Muchos intentaron trotar por esos caminos abiertos por el minero pero quedó en eso, una intención. Como bien señaló la crítica y ensayista Bella Josef: "Es imposible intentar escribir como Guimarâes sin macaquear (imitar grotescamente)". Con él, se rompió el molde.

Su revolución resultó tan apabullante que en la actualidad existe un grupo en el Brasil que niega lo innegable: su experimentación ling ü ística, algo así como atacar los moldes paternos para encontrar su propia voz. Sin embargo existen otros aspectos de él que marcaron a las nuevas generaciones: su universo mítico, el abrasileñamiento de los mitos eternos, el ser humano en busca de su destino.

Este hombre, que había forjado su pensamiento racional en su carrera de medicina pero que había aprendido a descifrar la voz del viento y los misterios del universo, creía también en el pensamiento mágico, aunque por su pudor científico no lo definiese con este término. Sin embargo, él mismo confesó que aceptaba todos los caminos de la intuición. Existen muchas anécdotas con respecto a mensajes que, en forma inconsciente, lo ayudaron a su creación. Guimarâes relató que a Buriti Bom -un campo que aparece en el relato Palmera de Noches del Sertón la soñó con todos sus detalles durante dos noches de 1948. El inefable relato La Tercera Margen del Río de Primeras Historias le llegó en una súbita inspiración, como un rayo, una mañana que caminaba lentamente. Dijo que la conmoción fue tan fuerte que "levanté mis manos para atraparla, como si fuese una pelota y yo arquero frente al arco". Anécdotas que se archivan en esa zona de misterio que hace a la creación y que en alguna oportunidad le hicieron exclamar: "A veces, casi siempre, un libro es más grande que uno".

Este hombre retraído, reacio como Clarice Lispector a la gloria que le alcanzó después de la publicación Gran Sertón :Veredas , creó uno de los universos más deslumbrantes de la literatura brasileña. Un universo que es un desafío a la narración convencional ya que sus procesos más constante pertenecen a las esferas de lo mítico y de lo poético. Y quizás también porque, entre otras cosas el autor sostenía que "escribiendo descubro siempre un nuevo pedazo de infinito." . Un infinito focalizado en el sertón minero y disparado como un relámpago hacia el universo.

LOS HILOS MISTERIOSOS DE LA CREACIÓN

Guimarâes comenzó una novela, La Hacedora de Velas , que interrumpió. Esta transcurría a fines del siglo pasado, en una antigua ciudad de Minas Gerais. Se desarrollaba en una casa de dos pisos, de la cual Guimarâes imaginó, palmo a palmo, cada rincón.

La narraría en primera persona un ser solitario, que había tenido una vida bastante revoltosa y había sufrido con creces. Pero a medida que avanzaba la narración y el protagonista describía una grave enfermedad que lo afectaba, Guimarâes se empezó a sentir muy deprimido, como si absorbiese el estado del personaje. Asustado, guardó su narración en un cajón y decidió cancelarla por un tiempo.

Meses después, el autor se enfermó con la misma enfermedad del narrador, siguiendo paso a paso todo lo que él había enunciado. Guimarâes estaba atónito.

Tiempo después, ya repuesto, fue a una casa y se encontró con el mismo comedor que él había imaginado, objeto por objeto. Lo empezó a invadir el terror.

La cosa no termina ahí: Gilberto Freyre publicó " Donha Sinhá " o " Filho Padre " (Doña Señora o Hijo Cura). Guimarâes relató que un día, una mujer que se llamaba de la misma manera, con un hijo cura, lo llamó por teléfono a Gilberto Freyre porque había leído en un periódico que estaba escribiendo una novela con los nombres de ella y de su hijo. Freyre se quedó helado.

Y Guimarâes más helado aún. Porque, cuando estaba leyendo la novela de Freyre, se encontró con que aparecía en ella un personaje, "el francés". Absolutamente conmocionado, cerró el libro y sólo pudo leerlo un tiempo después. Porque en esa novela que él había archivado en un cajón también aparecía un personaje, brasileño, que había vivido algunos años en Francia, y su sobrenombre era "el francés". Entre estos dos personajes sólo existían diferencias de personalidad. El de Guimarâes era torvo, esquivo, casi siniestro; el de Freyre, simpático, sensual y sensible.

Guimarâes aclaró que él jamás había conversado con Freyre de lo que estaban escribiendo y fue aún más lejos. Dijo que él no había comentado a nadie sobre su misteriosos personaje. Punto final, los comentarios sobran, cada lector puede recrear entre líneas su propia interpretación de lo acontecido.

DEL ENGAÑOSO ARTE DE TRADUCIR A UN GENIO

Menuda faena resulta la de leer a Guimarâes en su propia lengua, hay que abordarlo con imaginación y mucha paciencia. Una avanza en su lectura a paso de tortuga ya que somete prácticamente cada palabra a un proceso creador.

El crítico Emir Rodríguez Monegal, quien había leído algún relato del autor minero, descubrió, un día, en Río de Janeiro, la novela Gran Serton: Veredas en la biblioteca de un matrimonio amigo. El había pasado su infancia y su adolescencia en Brasil, había estudiado allí y se jactaba de entender el "brasileiro".

Secuestró el tomo y se hundió en su lectura. Esta le depararía sorpresas. Leyó las primeras páginas y volvió a releerlas muchas veces, no entendió demasiado. Abatido, les confesó a unos críticos brasileños la humillación que sentía por no comprenderlo. Sus compinches lo tranquilizaron diciéndole que el autor resulta difícil inclusive para los lectores brasileños.

Volvió a reintentar hasta que, en un momento, se dio cuenta de que estaba leyendo el "brasileño" del poeta-prosista.

Esto es en cuanto a lectura se refiere. Imaginemos, entonces, las dificultades que presta su narrativa a los traductores. En vida de Guimarâes, éste relató que no le había gustado la versión norteamericana de "Gran Sertón: Veredas " porque Taylor y Onis la habían simplificado demasiado. Sí estaba de acuerdo con la versión alemana ya que permaneció fiel al original y resultó legible en esa lengua.

De las versiones francesas opinó que racionalizaban demasiado las complejidades del original. Se sintió reflejado por la versión del italiano que realizó Edoardo Bizarri, con quien mantuvo una estrecha correspondencia durante años.

Le apasionó la que realizó el poeta Angel Crespo para Seix Barral en 1967. Guimarâes confesó que le hubiera gustado escribir esta novela en castellano porque es " una lengua más fuerte, adecuada para el tema " .

Después de su muerte, en nuestros pagos, Estela Dos Santos tradujo para Seix Barral "Noches de Sertón ", " Urubuquaquá "; y Santiago Kovadloff, " Menudencia " para Calicanto.

El título de este último era en el original "Tutameía ", que en portugués se escribe "Tuta-e-meia" pero el sertanejo lo escribió de esa manera porque " en mi tierra yo sólo lo escuchaba decir así ".

Kovadloff define la forma en que el traductor debe relacionarse con la narrativa del minero: " Cada vez que me acerco a Guimarâes con la intención de traducirlo, me parece oír, venida de sus textos, la misma advertencia -en rigor un ultimátum-: ¿cómo es, compadre: viniste dispuesto a jugar con tu lengua ?". Una clave, quizá, para penetrar en el enmarañado universo de este Grande, con mayúscula.