El ojo del llano

Comentario publicado en el Diario Clarín
por Daniel Freidemberg


de AGUSTINA ROCA
Ediciones Libros de Tierra Firme.
76 páginas. Buenos Aires, 1987  

Huellas del pensamiento

Hay un disfrute peculiar que permite El ojo del llano y que, en la poesía de los últimos años, no se da con frecuencia. El de la lectura como experiencia intensa y que es, a la vez, la búsqueda de otra experiencia, inalcanzable, como no sea en fugaces y destellantes vislumbres: el contacto con eso que la autora llama " el otro brillo de la realidad ". Desentendida de las vistosas poéticas en boga. Agustina Roca retoma la antigua pregunta por el sentido de la existencia, enfrentando incluso el riesgo de parecer poco original. Esto es: trabajando dentro de la intensamente explotada tradición que inauguró el romanticismo alemán (y a la que aportaron, entre otros, Rimbaud, Trakl, Artaud y -en nuestro medio- Alejandra Pizarnik), no elige asentar su singularidad en recursos más o menos novedosos sino en la empecinada fidelidad a una necesidad profunda. A esa fidelidad, a esa necesidad, se subordina -por lo que se ve- la escritura: en vez de hablar de la sed de absoluto, se la recrea con palabras. Sustantivos, sobre todo; y verbos, en los lugares exactos donde hacen falta para dinamizar los textos. La economía verbal, la precisión y la ausencia de nexos explicativos ayudan a ese efecto, que decae cuando la autora recurre a adjetivos y cuando se apoya en términos abstractos o en metáforas demasiado previsibles (" selvas/de oscuros designos "), particularmente en algunas referencias -a veces obvias, otras mesiánicas- al oficio de poetizar.

Lo que prevalece en este libro, el segundo de Agustina Roca, es la delicadeza en la construcción, la capacidad de sugerencia a través de poemas breves, impecablemente sujetos a un ritmo interior. Se logran así pequeñas joyas que en cierto modo recuerdan al haiku japonés (" anochece/ el eje/ del universo/ tambalea/ sobre el fuego ") o que intensifican su capacidad de significación por medio de la ambigüedad (" escucha/ el silencio/ en la mente/ la inocencia/ de los espejos/ y su reflejo/ inicial "). Como si las palabras fueran las huellas que dejan en el papel, al rozarlo, los movimientos del pensamiento, el sentido está menos en esas palabras que en lo que no aparece escrito. Pero no se trata de desdeñar las palabras: el modo en que fueron escogidas y dispuestas las hace apuntalar la gran imagen que es todo el poema.

La sexta y última parte del libro, sin embargo, muestra un viraje hacia la prosa poética y un eficaz manejo de recursos "objetivistas". En lo que empieza como una descripción de la llanura pampeana, detallista, apegada a lo más pequeño y sencillo, van apareciendo sombras que arman una epopeya fantástica. La protagonista, "una Ella" que no se identifica, entra a la pampa como a un templo; busca símbolos, mitos, en la naturaleza y la historia (hechiceros indios, cascos de caballos, un pueblo abandonado) y, ahora sí, emprende una aventura del lenguaje y un inédito modo de concebir el pensamiento poético. Aun cuando suena un tanto discordante en el conjunto del libro, esta sección muestra a una Agustina Roca no solo más afianzada como escritora sino, también, la emergencia de una voz y una visión capaces de ocupar un espacio inconfundible en la poesía argentina.