Revista Puro Cuento. Mayo / Junio 1988

EL REVOLVER DE LA PASIÓN  

NÉLIDA PIÑON

 

 

Adentrarse en la prosa de Nélida Piñon significa penetrar en una simbología de claves oscuras que amenaza, vuelta a vuelta, con despeñarse por afilados precipicios. La autora abre su juego, planta sus piezas en la tabla de ajedrez y una vez que tiene enfrente a su contrincante, el lector, lo expone a una serie de intemperies y emboscadas con su subversión literaria. En su prosa no existen refugios ni paraísos: Piñon edifica su obra desde la incertidumbre y , con una mirada irónica-piadosa, va desnudando en un ritual demiúrgico, la miseria humana.

El suyo es un universo primitivo, un mundo más bien rural que puede ser una aldea o un pueblo de la América más antigua, y recurre constantemente a lo mítico que llega como una lluvia liberadora para aclarar el caos, atisbar el orden, nominar los misterios de la existencia. Piñon toma los materiales del mundo real, los tamiza, y gesta un universo autónomo, un objeto propio que presenta como una realidad diferente, algo distante del mundo real, y quizás por eso, más logrado.

Agustina Roca


Yo sé que me equivoqué, pero no me dejes ahora. Protesté porque te sentí culpable. Me miraste clavando con furia los ojos en mi rostro. Me sentí herida, diferente de otras veces en que me habías maldecido y no sufría. Por el contrario, la carne me sonreía, yo dejaba que tu me poseyeses porque la carne era mi alma.

Por favor, comprende mis celos, voraces y nerviosos, ellos son los que me prohiben liberar tu cuerpo para los cuerpos enemigos. Y me aconsejan matarte. Pero matar con el talento del orfebre trazando mil diseños en tu carne para que dejes el mundo embellecido con mi estigma.

Mi Dios, sé que prometí controlarme. No perseguirte más. Dejarte libre para vivir. Pero, ¿ qué vida es esta que tú reclamas en la cual no me destinas el mejor lugar?. ¿Cómo puedes pensar que soporto obsevándote tragando vida entre chop y chop?. Sin que yo pase por tu boca, te bese, te lama y tu sonrías unido a la tierra, porque soy tu humus, tu esperma, yo soy tu miembro, yo ¿soy tú?

No, no protestes, tú me quieres así, aunque mi salvajismo te cause miedo, amenace tu libertad. ¿O sólo me querías salvaje en la cama?. Y en el espacio de la vida me deseabas amordazada por tus propias manos. Pero, yo me rebelo. Serás mío, sólo mío, o te mataré. No, yo no quiero matarte, no podría vivir sin tu alegría, el modo en que despiertas, joven y alborotado. Yo siempre te aprieto en mis brazos, soy tan ansiosa, tan disipada en la pasión.

Tú juegas conmigo, dices que no tengo arreglo, pero sé que estás tan poblado de orgullo como yo te pueblo de leyendas. Te adorno con historias que nadie, sino yo, ha sabido leer en ti. Tú sabes el poema que haré mañana, la palabra que perderé en el futuro si te alejas ahora. No te permito dejarme. ¿Oíste lo que dije?. No te permito pasear por la tierra, tener un futuro en el que yo no esté de cuerpo entero.

Ah, mi cuerpo amado, yo te deseo. Y te deseo más allá de revolcarnos en la cama. Una agonía que recojo en mi boca y mastico con mis dientes. Yo te mastico, yo te como, yo te araño como tú me arañas, me gritas, me amas. A veces pienso que me amas débilmente, que tu cuerpo es menos vigoroso que el mío. El mío se perfecciona con el propio amor. El amor me hace resistir las madrugadas, reclamándote lo que ya no me puedes dar, y tú exhausto, derribado, débil, sumiso. No, despiértate, amor, cúbreme toda, te quiero zozobrando en mí, soy una mina africana, tienes que ir al fondo, tantear lo oscuro y su riqueza, excitar su aflicción, sentir miedo. Miedo de mis tinieblas, pavor de mis pelos, temor de mi sudor y de mi fragancia.

Vamos, tú, cobarde, vuelve enseguida. No quiero perder el espectáculo de ese amor que diariamente me derrumba porque esa es mi forma de nutrirme. Y si ahora te escribo, es para que me escuches, y no te creas libre. Porque, donde tú acudas, yo iré atrás. Mi cuerpo identifica tu olor, agridulce por la mañana. Cuántas veces te lavé el sexo y te dejabas acariciar como si fuese mi deber rejuvenecerte cada día; quién mejor que yo conoce tu secreto, las palpitaciones de tu carne, el modo firme y ciego con que se despierta y viene a mí. No te creas libre, la vida no es tuya. Tu vida es mía porque me perdí en tí, cada palabra que deslizaste me conquistó.

De nada sirve que me ahorres ahora crudas verdades, sólo porque me crees incapaz de defenderlas. Si quieres proclamar que ya no me amas más, escucharé. Escucharé a los gritos, y tanto gritaré que creerás que cada palabra destinada a mí te fue dicha por mí. Te sentirás perdido sin mi amor, abandonado. Experimentarás en la propia carne la pérdida del amor único, único porque es único en el único instante en que se está viviendo. Y te tirarás sobre la cama, desnudo, espléndido y me atraerás diciendo: ¿no quieres ser mía nuevamente, acaso podrías sobrevivir sin el gozo que es el único viaje atlántico que tiene vida y nos naufraga? Olvidado de que tú sí eres un barco sin aguas, y que yo soy el agua en que te zambulles sin rumbo, sin mapa, pues no existe mapa para el amor, amor.

¿No sabes entonces que me amas, amas más de lo que sabes? Me amas hasta sin el amparo de la conciencia. Y, si no me amas con la pasión de mi amor, te enseñaré nuevamente a amarme. No te pido tiempo, días, horas. Soy mujer de largas estaciones. Seré verano cuando exijas calor. No, no te rías. No me vengas a reclamar teorías feministas. Las tengo listas para la vida, comienzo ahora a dominar un vocabulario que antes era sólo de tu cosecha. ¿Y qué más puede ofrecerme una ideología sino el derecho de perderme en el desvarío y reclamar el amor que sé mío? Por favor, cédeme tu tiempo. Cédeme tu cuerpo nuevamente. En la cama, o en la naturaleza cruda. O en el bar en que estés bebiendo ahora, donde si yo llegase haríamos el amor con mi mirada de recelo. Amor se hace en la esquina, la multitud dispersa en torno. Yo no te amo sólo con el ímpetu de la carne. También te quiero con mi boca distante, hablando, nombrándote, pronunciando tu nombre. Tu nombre es mi acto de amor. Tu nombre es el orgasmo que padece mi sexo.

Ah, mi amor , me equivoqué ayer a la noche. Pero ¿de qué sirve confesar el arrepentimiento si sólo me arrepiento para distraerte y tenerte nuevamente?. Si luego me equivocaré otra vez y cualquier día me verás enloquecida con tu posible pérdida. Y entonces no mediré palabras, no controlaré la violencia de mi cuerpo amenazado. El perderte me espanta, es verdad. Tu pérdida es una sentencia a muerte. Muerte que no soporto, que no permito. Tu deber es amarme y continuar en mi cama, en mi vida, en mi memoria. En la memoria que proyecta tus mil retratos sacados a lo largo de la vida que nos amarró con cuerdas y alambres.

Sé que repeles estas confecciones que reclaman un calendario vencido, sin muelles y áncoras donde agarrarte. Pero he de hablar mientras tus sollozos te mencionen. Eres mi prisionero como soy la mazmorra en que estoy zambullida por la fuerza del cariño. Qué digo, ¿cariño?. Ah, amado, yo te amé en la primera noche. No tienes derecho a olvidar, aunque tal vez hoy no deseas que reproduzca los arrebatos que ya no sientes. Pero, yo no soy sólo memoria, soy también la dispersión. Porque, siempre que recuerdo las interminables noches pasadas, las espanto para creer que no existieron. Esto es, no existieron porque fueron insuficientes, después de que superemos esta amargura que nos separa ahora, nos obsequieramos tras noches.

Tú me besaste en la oreja, ¿recuerdas?. Tu lengua me hablaba sin sonido, cada palabra en silencio era el trabajo de tu lengua revelando el verdadero lenguaje del hombre. Tal vez lo que yo relate ahora sólo esté registrando en mi propia vida, y no en la tuya. Ya no quieres saborear el olor de ese cuerpo que cohabitó en mi hasta el amanecer. Me prohibes decir que la vida te alcanzó porque también la vida te llegaba en mí. Pero, ¿por qué no aceptas que me amas, que me quieres perder por despecho, por mi arrogancia, sólo porque declaro tu amor sin medir las consecuencias, porque perjudico tu vida con explicaciones que me atormentan, porque antes que me digas cuánto me amas ya estoy a tus pies diciendo que soy quién te ama mejor y más vigorosamente?

Por favor, jura que volverás, empeña tu honra diciendo que sólo serás mío, mío, y de nadie más. Si me niegas el pedido yo me vengaré, abriré las piernas para tu enemigo, lo convidaré a comer mis carnes con cuchillo para que divulgue entre amigos y fuera de tu conciencia, el sabor salado de mi piel y el sudor que aún arrastra tu olor.

No me juzgues loca, júzgame apenas alguien capaz de luchar por tu regreso. Empeño toda la tierra en esta disputa, empeño mi futuro, el tuyo también. Lo que yo haga, lo harás conmigo. Aunque no quisiera que fuese así, tengo bastante odio en mí para nosotros dos, pero también tengo bastante amor. Mi amor que es inmenso y me sofoca exige el tuyo para nutrirse del propio exagero. Te amaré hasta el fin de mi vida. Y mi vida, amor, será corta sino vuelves. Será tan corta que tendrás miedo. Porque nunca sabemos si me mato, si te mato, si aniquilo a los dos en la misma ronda de bebida.

Y no sirve huir; te alcanzaré en cualquier parte. De nada sirve ir para Sâo Paulo. Simular una ida a Petrópolis, mientras te refugias en Bahía. Mis perros perdigueros siempre te encontrarán. Terminarás riendo con el corazón lleno de pedregullos y brotes ariscos. Me decías: tu locura es la semilla más saludable de tu cuerpo. Reíamos juntos y reiremos mucho todavía, te lo prometo.

Escríbeme rápido, aunque no estés en casa al llegar esta carta. Escríbeme desde donde estés, porque donde quiera que sea mi ausencia te debe doler hasta el punto de estar ya corriendo a mi encuentro; o de agarrar una birome y escribir palabras certeras. Si no quieres pensar mucho, dime como la otra vez, esas palabras que guardé con fuego en mi corazón: yo te amé con el fervor de las grandes estaciones humanas, te amé con la mueca de la muerte, te amé con el miedo de perderte, pero permíteme ahora amarte con el impulso de la vida salvaje, disoluta, sin otro modelo que el del propio amor.

Guardé la nota pegada al pecho durante mucho tiempo. Tú protestabas, que ridículo, deshácete de ella, al menos escóndela en un lugar que no padezca de tu calor de loba hambrienta. Pero yo soy tu loba, te dije riendo para que no me tomases en serio. De nada servía engañarte. Siempre temiste mi hambre. Un hambre que me obligaba a darte mordiscos, a deslizarme por tu cuerpo caliente cuando ya estabas muerto, sin arrebato, y yo te deseaba todavía agonizante. Me bastó sospechar que me traicionabas con una mirada destinada a otra, para arrancar la nota del pecho y comerla en frente tuyo, delante de tus amigos, sólo para humillarte.

Tú trataste de distraer a todos. Me pediste, por favor, no luchemos en una arena que no es nuestra. Sólo acepto el combate en el cuarto que consagró nuestro amor. Las palabras fueron al corazón. Tu siempre eres cobarde cuando me ves intrépida. Me sobornas para que yo me apacigüe, y lance la cuerda para rescatarte de los vendavales y preservarte para el destino de la pasión.

Sé, sí, que te asusto, insinúas que hago dela cama el principio y el fin de la vida, y que tu cuerpo es el evangelio donde se construyen las palabras habitadas por mí en la primera vez. Sí, es así, tómame como me doy. Tolera mi lujuria. Acepta vivir con una mujer perdida en el pecado de amar. Ah, vas a decir, ¿hasta tú hablas de pecado?. Sí, hablo, comento, vivo, devoro y quiero. ¿Qué te importa? Pecado es tu boca, es tu sexo, es tu pecho, tus pelos, la frente fruncida cuando vas a gritar de gozo. ¿Qué esperabas, qué no hubiese percibido tu rostro amante sólo porque debía estar ocupada con el propio placer, exhausta de amor?

Ingenuo, loco, amante amado, que te pierdes en mí con la misma inconstancia con que ya te perdiste en otras. ¿Es tan fácil tu placer, y lo entregas tan ligero sólo porque te viene en abundancia, sin otro sacrificio que la pérdida de cierta energía?. Te odio y te condeno. No te quiero ver más, no llegues a mi puerta, arrodillado y trayendo migajas de pan entre los dedos.

Y devuélveme las notas que te envié cuando mi cuerpo se marchitaba con tu ausencia. Sólo no me devuelvas, por favor, el amor que todavía me tienes. Porqué sé que me amas. Me amas más de lo que sabes. Y si no sabes, aquí estoy para recordártelo. Nunca más serás de otra mujer, no osarás conquistar a nadie más.

¿Te acuerdas lo que te dije un día? Haz de ser mío hasta no saber amar más, hasta que envejecido tu cuerpo no responda a la memoria de nuestro amor, mismo así sigo amándote a tu lado, haciéndote recordar el arrebato que conocimos , la sal echada sobre nuestros cuerpos para que exhalasen nuestra esencia que nos volatizaba aunque también nos aferraba a la tierra, para vivir un ritual iluminado con la carne, nuestras pieles cubiertas de hojas, musgos, arañas.

Ah, amado, vuelve de prisa, antes de que otros te persigan y la vida se nos vuelva difícil. ¿O será que para la gente de nuestra raza la vida es agreste, arcaica, perpleja, delante de las urgencias del propio amor?. Amar es uno de los rostros de nuestra gente. Tú me lo dijiste un día y yo lo creí. Amar, sí, tiene el gusto de la marea, amar es estar donde la marea todavía no se encuentra mientras cumple su agonía repartida en las diferentes regiones del océano.

Vuelve, porque te espero. Y si vuelves, te quedarás conmigo para siempre. No prometo conducirme de forma que vivas el amor con suavidad. No soy amena, pero estoy viva, viva para seducirte e ir tan profundo en tu cuerpo que, cerrando los ojos, suspiremos, y que yo, con mi voracidad, no pueda con un solo tajo, invadir tu enigma. Mañana te escribiré, de nuevo me rindo ante mi amor

Traducción: A. R.