El poder de la voluntad y el amor a la vida

Frida Kahlo, la diosa azteca

 

Nota publicada en el Diario Clarín

 

Por Agustina Roca

 

Esa mujer enigmática, de piel cetrina y brillante, con una mirada apasionada y profunda, de esas que parecen haber calado hondo en los rincones de la existencia -expresión acentuada por esas cejas que ella unía al pintarlas y que parecían un pájaro volando- sus cabellos trenzados con un Ttacoyal (tocado), enredados con cintas, joyas o flores, esas blusas bordadas de las campesinas de México, sus pollerones, y esos aros, collares, y brazaletes que tintineaban ferozmente cuando caminaba, alzó su mano, con todos su dedos cubiertos de anillos y terminó de dar las últimas pinceladas a la tela que estaba apoyada sobre el atril. En realidad, esa tela que acababa de finalizar, no parecía una tela sino un espejo, el revés de una trama, porque objeto y sujeto se entremezclan hasta formar una misma imagen. Allí, en ese espejo, la pintora Frida Kahlo podía observar su rostro altanero, desafiante, algo estático, -como siempre lo dibujaba en sus retratos- rodeada de plantas, monos, papagayos, gatos o mariposas que chorreaban sensualidad latinoamericana, y siempre algo roto, quebrado o sangrante en su cuerpo, espinas o agujas que traspasaban el retrato-su-cuerpo, provocando en el ojo que mira un sentimiento similar al que produce, por ejemplo, la lectura de diarios íntimos, por esa intimidad que se establece con esos universos ajenos.

Frida Kahlo, la diosa azteca, la mujer que cada mañana realizaba una ceremonia para encontrar su vestimenta adecuada, ritual que implicaba además de esa profunda teatralización de la existencia que ella creaba a su paso, la más refinada materia de inspiración para sus cuadros. Porque Frida Kahlo se empecinó en reflejar en sus bien vividos 47 años de vida, todas las emociones por las que su cuerpo y su mente fueron atravesando, entre desbordes pasionales que atenuaban, en parte, el sufrimiento de sus 34 operaciones quirúrgicas.

La obsesión de esta mujer por pintarse a sí misma puede tener diversas interpretaciones. Se podría decir que a través de sus autorretratos, "la gran ocultadora"- como se denominaba a ella misma en el diario- intentaba restablecer ese cuerpo que se iba desintegrando día a día. Un intento, entonces, por autoafirmarse. En una de las notas que escribe en su diario un año antes de morir, al referirse a su amor de siempre, el pintor muralista Diego Rivera, exclama: " Pero, ¿cómo le explico mi necesidad enorme de ternura? Mi soledad de años. Mi estructura inconforme por inarmónica, por inadaptada. Yo creo que es mejor irme, irme y no escaparme. Que todo pase en un instante ". Al traspasar sus miedos a la tela y al poder observar sus propios miembros desgarrados y sangrientos, la hechicera Kahlo realizaba un exorcismo y le hacía una brutal zancadilla a la enfermedad y a la muerte.

Accidente y nacimiento

La diosa azteca, aquella a quien si uno se la imagina por sus autorretratos la considería adusta - imagen que desmentirían todos aquellos que la conocieron, alegando que era una persona muy vital, a quien le encantaban los chistes, que utilizaba un vocabulario obsceno y cantaba la Malagueña a grito pelado - se incorporó y caminó entre los tintineos de sus joyas por su amplio estudio de la Casa Azul. Majestuosa se sentó en su escritorio y abrió ese diario de tapas de cuero bordeaux con sus iniciales doradas que había comenzado en 1944 y que la acompañaría hasta su muerte. Un diario -como era todo en ella , intenso y desgarrador- donde uno puede percibir por sus diseños y por la intensidad o morbidez de sus letras, sus estados de ánimo. Tomó una lapicera, miro por un momento su manos llenas de anillos y sus uñas que ese día había pintado de verde y escribió: "Yo penetro el sexo de la tierra entera, me abraza su calor y en mi cuerpo todo roza la frescura de las hojas. Su rocío es el sudor de amante siempre nuevo".

Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderón nació el 6 de julio de 1907 en Coyoacán pero ella sostenía con firmeza que su nacimiento se produjo en 1910, el año de la Revolución Mexicana. Su padre Guillermo Kahlo, era un judío de ascendencia germano-húngara, fotógrafo de oficio, que tuvo un gran compañerismo con ella, a quién consideraba la heredera de su creatividad. Su madre, Matilde Calderón y González , era una mestiza muy católica por cuyas venas corría sangre michoacana y española.

La pequeña Frida conoció desde pequeña las limitaciones que imponen las enfermedades ya que contrajo la polio. Cuando cumplió 18, esta joven que ya trotaba a sus anchas por esa ciudad que amaba, se enfrentó con un hecho que la marcaría para siempre: un tranvía embistió el camión pequeño en que viajaba. La joven se quebró la columna vertebral, el cuello y las costillas. Su pierna enferma sufrió once fracturas, su pie quedó aplastado y su hombro izquierdo dislocado. Un pasamano le penetró por la espalda y la atravesó. El escritor Carlos Fuestes, quién escribió el prólogo del diario de la pintora que acaba de editar la Editorial Norma, cuenta: " Despojado de la ropa, el cuerpo desnudo de Frida recibió como un rocío fantástico, la llovizna de un paquete de oro en polvo que un artesano llevaba a su trabajo ". En esta imagen terrible, surrealista, que podría parecerse a uno de sus cuadros, estaba sintetizada la historia de esta mujer. Porque ella tuvo el talento y la fuerza suficientes para convetir el sufrimiento que la acompañaría toda su vida, en oro. Paradójicamente frente a este hecho siniestro, la mujer que agonizaba se trenzó en un combate para dejar aflorar a la verdadera Frida Kahlo.

Durante su convalecencia , " la mujer -como escribió en alguna parte del diario- que se parió a sí misma " comenzó un oficio que le daría validez a su propia existencia: la pintura.

Las obsesiones

Esta mujer que alguna vez escribió "soy ave, soy todo, sin mayor turbación" y que buscaba rebelarse contra todo lo que la encadenaba, miró las paredes de esa Casa Azul que amaba, la que había sido de sus padres y de la que sólo se había alejado durante su primer casamiento con el "maestro" como le llaman en México a Diego Rivera. Después de una relación bastante tormentosa con este hombre creativo y donjuanesco que curiosamente se parecía a uno de los personajes de Brueghel -pintor que la mexicana admiraba- , se divorciaron para luego volverse a casar en otras condiciones.

En este segundo matrimonio, F. K. decidió establecer con su marido una relación más abierta donde se permitiesen amoríos paralelos y regresó a la casa de su infancia. Entre los romances más comentados de la pintora mexicana se destaca el que sostuvo con Trotsky cuando éste fue a vivir a su casa, después de haber logrado escapar, por un tiempo, del stalinismo. Aunque su verdadero amor, por lo que revela su diario y también muchas de sus pinturas en las que aparece la imagen de su marido, es Diego Rivera, su príncipe "Sapo-rana" como ella lo llamaba. En sus cartas, se refiere a esta relación con un alto contenido erótico que deriva en un misticismo que va más allá de todo e inclusive cuando escribe sobre él en el diario, pinta el símbolo del ying y el yang , el principio de unión entre lo masculino y lo femenino. Una unión y una camaradería que ningún terremoto consiguió abatir.

Frida Kahlo, aquella que amaba las películas de Chaplin, de El Gordo y El Flaco, y de los Hermanos Marx, realizó por primera vez una exposición individual en la galería Julien Levy de Nueva York. Allí expuso 25 cuadros y el prólogo del catálogo lo escribió Breton. También participó en muestras colectivas realizadas en el extranjero, acompañando generalmente a los surrealistas.

Primera exposición

A pesar de que ya era una leyenda en su país, sólo realizó su primera exposición en la Galería de Arte Contemporáneo en 1953, un año antes de su muerte. Para esta época ya había padecido todas sus operaciones, injertos óseos en la columna e inclusive la amputación de su pie derecho y más tarde de la misma pierna, hasta la rodilla. De esta última etapa de Frida Kahlo son sus pinturas más desgarradoras: "la Columna Rota", "El Venado" y "El Abol de la Esperanza". En esta última incluyó un cartel con la inscripción: "Arbol de la Esperanza, mantente firme", lema que utilizaba con frecuencia y que definía su posición frente a la vida.

La diosa azteca llegó en ambulancia y en una camilla a la muestra. Con ese humor negro que la caracterizaba pidió que la depositaran en el medio de la sala. Allí con su Ttacoyal, y su impecable vestido de diseños en su pecho, acostada en la camilla y rodeada por todos sus cuadros colgados, la imagen de la pintora parecía el más fiel de sus autorretratos. Porque, si bien la escena podía resultar cruel, definía, en parte, esa crudeza que existe en su pintura, donde todo es exceso y no existen las medias tintas. En un reportaje que concedió ese día a la revista "Times" declaró: Yo no estoy enferma. Yo estoy rota. Pero estoy feliz de vivir mientras pueda pintar ".

Murió un año después. Breton siempre quiso "afiliarla" al surrealismo y si bien es cierto que ella tiene muchos elementos de este movimiento, también es cierto que su espíritu anárquico no aceptó, en el fondo ningún tipo de bandera.

Sólo permaneció fiel a sí misma. Al final de sus días, para rebatir esta clasificación solía repetir: Yo no pinto sueños. Yo pinto mi propia realidad ". Nada mas claro para entender estas palabras que acudir al último diseño de su diario, ese que dibujó antes de morir. Son figuras abstractas que asemejan un espacio y una figura, apenas esbozada, con alas que se va desintegrando y elevando, penetrando en esa inmensa nada. Frida Kahlo, la diosa azteca, nos dejaba, como una ofrenda, antes de irse, el último eslabón de su historia pictórica para que pudiésemos cerrar el círculo.