Los Fernández Moreno

Retrato de familia

La Revista reunió a los hijos y nietos de Baldomero, tal vez el poeta que pintó de modo más transparente la ciudad y el país. Muchos de ellos son, a su vez, poetas, y atesoran recuerdos a veces humorísticos y a veces contradictorios del autor de Setenta balcones y ninguna flor.

 

Texto: Agustina Roca
Fotos: Daniel Pessah

 

Existen familias de médicos, abogados o plomeros. Existen familias circenses. Los Fernández Moreno parecen esos candidatos aún no descubiertos por los cazadores de excentricidades para el Guinness.

Descendientes del poeta Baldomero Fernández Moreno y de la poetisa Dalmira López Osornio conforman la friolera de tres generaciones de poetas, prosistas y ensayistas. Reunimos a esta tribu de escritores en el departamento de Clara. Mientras circulaban los sándwiches y mediaslunas, Clara anunció: "Espero que no te moleste, lo invité a participar a un viejo amigo de la familia que escribe sobre papá, el señor Peiteado". El señor Peiteado, hombre educado al fin, permaneció con perfil bajo, alejado de la rueda. En medio del despiole desatado, fue el único que impuso con su silencio y su presencia un poco de recato. Testigo de esta tribu que se caracteriza por una mezcla de humor e ironía para desatar recuerdos.

-¿Es cierto que Baldomero caminaba muchísimo y adoraba los bares donde escribía poemas?

-Las salidas de Baldomero -responde Manrique- dependían de las épocas y de los barrios donde vivía. Vivió en Congreso, Once, Barrio Norte y Flores en sus últimos años. De joven, se acostaba muy tarde, caminaba por Avenida de Mayo, iba a la revista Caras y Caretas. Ahí está ese poema que dice: Yo como un fantasma por la plaza de impermeable y de sombrero blando . Pienso que se refería a la plaza de Once. Iba mucho al Tortoni y a la Richmond. Muchos medios no hablan de la peña de Florida, donde no sólo iba Borges sino también Alfonsina Storni.

-Ese poema -interrumpe Clara- Y ahora ¿qué hago?/ ¿Por qué plaza vago? ¿Adónde se refiere?

-Es de Chascomús. De su famoso Intermedio provinciano -responde Manrique.

 

Corría 1912. Baldomero Fernández Moreno se había recibido de médico y estaba sin trabajo. Un colega le propuso trasladarse a Chascomús porque ofrecían un puesto para médico de la policía. Sin pensarlo mucho, partió exhalando poemas. Allí conoció a su mujer, Dalmira López Osornio, descendiente de la rama materna de Rosas. Parece que la joven era muy bella y atesoraba candidatos a troche y moche. Baldomero se abrió camino entre ellos a ponchazos. Todas las tardes le llevaba una flor y un poema, hasta que un día sentenció: "A partir de hoy, usted es mi novia".

La periodista pregunta la forma en que se conocieron. Los dos hermanos, Clara y Manrique, están debatiendo, acalorados, sobre la rama materna de su madre, de apellido Bordeu. Se escucha una voz que grita: "¡basta!" Y Manrique que responde: "Es que yo quiero aclarar este entuerto". Mientras hablan sobre Petronas y Porotos, Inés, como nieta mayor, desentraña el enigma: "Te doy la versión que contaba abuela a las nietas. Ella amaba a otro. A un cordobés, Julio Deheza. Cuando ella dejó Córdoba y empezó a noviar con Baldomero, Julio Deheza se suicidó por amor. Esa era su teoría. Por ahí la cosa no fue tan así. Nosotras le preguntábamos: Pero, abuela, ¿por qué no te quedaste con Julio Deheza? ¿Y qué querés que hiciera -respondía-; Baldomero empezó a venir... Yo no sé cómo la conoció, pero sé cómo se le impuso".

-Cuando papá se casa con Baldomero -dice Manrique, estallan las carcajadas por la confusión y luego continúa- debido al gran acoso sexual a la vieja...

-¡Manrique! -salta Clara-, en esa época no se acosaba...

-Julio Deheza le mandó una carta -sigue Manrique- a Baldomero y a mamá con una hoja en blanco.

-¡Ay, Dios, qué espanto!- suspira Clarita.

-Es como decir, así me han dejado el alma -sentencia Inés.

-¿Puedo dar mi versión? -insiste Clara-. Papá le mandaba a mamá todos los días una carta con un poema. El día en que Julio Deheza murió porque su motocicleta chocó contra un sulky o no sé qué, papá le mandó a mamá una carta con una página en blanco.

Las nietas elaboran teorías acerca del posible suicidio de Julio Deheza por la abuela. Inés clausura el tema remarcando la imaginación sin límites de la abuela.

-A lo mejor- apunta la periodista-, Julio Deheza vive y está en Chascomús.

-¿Ustedes saben que la moto de Lawrence de Arabia -informa Manrique- se vendió en algo así como 20.000 dólares? En ella se mató por salvar a un chico.

-¿Será esa -increpa Clarita- la moto de Julio Deheza?

Las peripecias afectivas de Negrita -como la llamaba Baldomero en sus poemas- López Osornio no terminaron ahí. Ese Bordeu, que tanto hizo gastar palabras a Clara y Manrique, le propuso que dejase al poeta y se casara con él. Cuenta Clara que su madre le contestó: Pero Toto, ya dejé a un novio en Córdoba, ¿voy a volver a romper otro compromiso? -Es que Baldomero era atropellador -insiste, orgulloso, Manrique.

-¿No será -opina Clarita- que Julio Deheza era un amorcito juvenil que no llegaba a nada y se deshizo al llegar el abuelo?

-Llegaba, llegaba -relata Clara-. Pasaba todo el tiempo por casa de mamá y ella lo espiaba por la ventana.

-Ella nos contaba esa historia -interrumpe Inés- porque fue el amor que quedó cristalizado. Idealizado en una nube. Cuando uno baja de la nube y hay que pagar la cuenta de la luz... ya es otra historia.

-Yo creo que la abuela de ustedes tenía otros amores frustrados -agrega Manrique-. El escritor Méndez Calzada, no sé si Enrique Amorim.

-No, Enrique Amorim, no -descarta, rotunda, Clara-. Méndez Calzada sí la quiso a mamá.

-¿No serían fantasías de la abuela, ésas? -sugiere Inés-. A lo mejor, Méndez Calzada vivía feliz con su mujer.

-No vivía feliz -aclara Clara-; se suicidó en Europa.

-¿Otro de los amores de la abuela que se suicida?, pregunta la periodista.

-No, no, no -sostiene con vehemencia Clara-; Méndez Calzada no se suicidó por mamá. Se suicidó porque no aguantó más la vida.

-Estaba agobiado por los totalitarismos -relata Manrique-, por la guerra que se avecinaba. El tipo se pegó un tiro en un balcón de Barcelona.

-Yo me pregunto -dice Inés, con dotes de detective Maigret-, abuela se quedó sin el amor romántico, Deheza. Se quedó sin la guita, Bordeu. ¿Ella lo amó a Baldomero?

-Creo que bastante -responde Clara-. Ellos fueron felices, sobre todo en la época de la crianza de los hijos. Papá la adoró toda su vida. En 1948 le escuché decir que nunca había dejado de amarla. Debo reconocer que a papá lo deben haber amado muchas mujeres.

-Creo que la abuela -interviene Clarita- tuvo una riqueza que nunca pudo desarrollar. Abuelo no quería que escribiese.

-La taponó bien taponada -concluye Inés-. Aunque, claro, en esa época tenías que tener una personalidad poderosa para zafar del esquema social.

-Era una época de gran sometimiento de la mujer -apunta Manrique-. La liberación femenina se produce mucho después.

-Bueno -dice Clara- tampoco era un sometimiento tan terrible.

-Lo que yo estoy de acuerdo con vos, Clara -dice Manrique-, es que el viejo tenía un metejón terrible con la vieja. Se ve en los poemas. El hogar en el campo , ese libro de 1925, es una belleza. El cuenta en algún poema que mamá se enoja, se levanta de la cama y se va como una fiera. En la cama queda una horquilla. El piensa que quedó allí como diciéndole ya vuelvo. Yo disiento con todas esas novelerías de los amores del viejo y de la vieja. En los poemas se ve que estaban encamotados a muerte.

-Yo quiero citar -dice Clara- Poemas de la almohada . ¡Son tantos y tan hermosos! Equiparables a los 20 poemas de amor , de Neruda, que tanto han corrido.

Los dos hermanos comienzan a hablar de la muerte de sus hermanos: Ariel, en 1927 y Dalmira, en 1935. Afirman que esto marcó a fuego la historia familiar. En la poética de Baldomero, estos dramas se reflejan en ese maravilloso libro que hace honor a su título,Penumbra .

-Yo me pregunto -afirma con aire mefistofélico Manrique-, ¿qué hubiera pasado si no hubiesen existido esas muertes? No digo si mamá se hubiese casado con Bordeu... aunque pensándolo bien, estaríamos podridos en guita. Con Deheza, no tanto.

-Con Deheza, estaríamos en Córdoba -retruca Silvia.

Empiezan todos a imitar la tonada cordobesa. Luego Manrique retoma el hilo depoderoso caballero es Don Dinero: "Al papá de mamá se le ocurrió morirse de un cáncer de hígado a los 36 años. Era un tipo que estaba expandiendo campos. Allí se deshizo todo".

-Ese es un llanto clásico -define Inés- de las familias tradicionales argentinas. ¡Un clásico del jazz argentino!

-¡Nosotros tuvimos un abuelo español tarado! -se sigue quejando Manrique-. En 1900 era más fácil hacerse rico que hundirse. El padre de papá se las ingenió para empobrecerse. El hizo guita con una tienda de ultramar. Quiso instalar una sucursal en París. Cuando lo logró, se fundió. Por eso papá se hizo médico. ¡Y aquí estamos, viendo cómo se nos evaporaron dos fortunas!

-Hay algo muy radical -aclara Sonia-, que fue la decisión de Baldomero. El podría haber sido un médico con una familia más o menos burguesa. Un día dijo basta. Fue algo muy personal, en lo cual, para bien o para mal, arrastró a todos. No es una crítica. Fue un vuelco muy grande, muy personal.

-Creo que al viejo -insinúa Manrique- la medicina no le convenía. Aunque se hizo famoso como ginecólogo.

Las nietas se miran, sorprendidas, e indagan, tentadas de risa sobre el tema.

-Un médico de campo hacía de todo -explica Clara-. Varias señoras me dijeron que mi papá era muy buen partero. Una vez estaba en un parto y se le cayó el fórceps al piso de tierra. Lo limpió en el delantal y siguió como si nada.

-Mientras tanto, el puestero -remata Manrique- estaba con una escopeta en la puerta del rancho. Yo creo que si el parto iba mal, el viejo no contaba el cuento.

-El dejaba siempre dos o tres pesos -relata Clara- debajo de la almohada de los pacientes. Tiene un poema donde cuenta que le gustaba hacer a pie las visitas de médico mientras recogía flores por el camino.

-En Buenos Aires, trabajó doce años en el Hospital Español -relata Manrique-. Un día, el doctor Baliña, un dermatólogo muy famoso, le mostró un enfermo y le preguntó si sabía qué tenía. Le respondió que no. El viejo contaba que el hombre tenía una especie de mapa en la piel. Baliña agregó que era lepra. Baldomero salió rajando: apenas había nacido César.

-Era fóbico, el abuelo -sugiere Silvia-. A César no lo dejaba bañarse en la laguna de Chascomús.

-A nosotros nos torturaba -recuerda Manrique- con el agua de Chascomús, porque había tifus. Nos moríamos de sed. Nos lavaba con Antibacter, ¿te acordás, Clara?

-Sí -responde-, las piernas.

La tercera generación comienza a hablar de que sus padres son dignos representantes del abuelo en cuanto a miedos se refiere. Después, se eleva la voz de Manrique que recomienda: "¡Es que hay que tener un cierto cuidado con todo! El otro día leí que un rugbier se quedó electrocutado por saltar el alambrado. Hay que tener cuidado con los alambrados, con los alumbrados... Cuando paso por una obra, no piso la madera".

-Hay que aceptar que las maderas tienen sus peligros -continúa Clara-. Mi hija Carmen, que es muy delgada, iba un día caminando, pisó una madera y se hundió. Estaban arreglando la vereda. No se quebró la pierna porque es muy liviana.

-Recuerdo que papá -afirma Sonia- siempre nos decía que no había que teñirse el pelo ni pintarse las uñas. Que lo natural era lo mejor, lo más fresco.

-Porque esas tinturas te van destruyendo el pelo -teoriza Manrique- y lo vas absorbiendo por el cráneo.

Todo el mundo estalla en carcajadas ante la nueva teoría. Voces que tapan unas a otras. El señor Peiteado sale de su silencio y, retomando el tema inicial del abandono profesional de Baldomero, expone su opinión: "Baldomero tenía una sensibilidad extrema. Imagínense, hasta hizo poesía de un mono en el Zoológico. Un hombre con esa sensibilidad no puede estar permanentemente en contacto con el dolor humano".

-Cuando papá dejó la medicina -cuenta Clara-, Antonio Sagarna, que era ministro, o algo, de Educación, le dio 14 horas como profesor de historia. El dice en algún lado: Al amparo de un par de cátedras y con algunas publicaciones, decidí que sería pobre, pero en paz con mi conciencia. -¿Es cierto que al comenzar el año estudiantil -pregunta la periodista- si Baldomero se enteraba que algún alumno escribía, decía...

-Poeta Habemus -redondea Clara-.

-Hablemos de César -propone la periodista.

-A él le tocó el lugar del primogénito, y en esta familia eso es muy fuerte -cuenta Inés, la hija del poeta César Fernández Moreno, hijo del poeta Baldomero.

-Pero fue bueno para él -opina Clara.

-No, no fue muy bueno -retruca Inés-. Cuando papá tenía 60 años, lo visité en París y me mostró los borradores de Conversaciones con el viejo , que posiblemente edite este año Ediciones de la Flor. La estructura de ese libro es un poema de Baldomero y otro de él, donde hay un contrapunto. A mí me impresionó muchísimo. Porque a esa edad uno hace un balance. Es como si dijera: vos opinabas esto. Yo, ahora, a los 60 años, opino esto. Sólo se encuentran en el final, donde ambos expresan su amor por la poesía. A él le costó mucho diferenciarse del padre. Por otro lado, cuando Baldomero enfermó, él asumió el papel de padre, porque era bastante mayor que Manrique y Clara. Con los años, le resultó pesado.

-El se fue a Europa rajando de la familia -corrobora Manrique.

-Sí, evidentemente estaba reprodido -continúa Inés.

-Ahora yo, que soy la menor -relata Clara-, quiero decir que tanto César como Manrique me la dejaron a mí a la vieja. Yo la atendí hasta el día de su muerte.

-Bueno, es esa cosa doméstica -opina Inés -donde la hija, la mujer...

-No, ninguna alegría -confunde Clara los términos de Inés-, porque me pasé diez años atendiendo a mi madre. Creo que papá, como poeta, al hijo que le hizo mejor fue a César. César se crió con una fuerza enorme.

-Sí, Clara y yo lo agarramos quebrado -afirma Manrique-. De todos los chistes que hay sobre el viejo, el que más me hizo reír es uno de Carlitos Marcucci y Guido. Parece que Guido lo fue a ver al viejo y él estaba, como siempre, en robe de chambre y calzoncillos. Papá se cruzó de piernas y se le vio el calzoncillo. Al ver la cara de sorpresa de Guido, Papá le dijo: "Así es, m´hijo, usted se preocupa por ver mi calzoncillo y la poesía debe ser así, desnuda, como estos calzoncillos".

-Yo voy a decir algo terrible. A mí me parecía muy mal que se le vieran a papá los calzoncillos -opina Clara-. Yo era una niña, en ese momento no lo pensaba, ahora sí lo pienso.

-Ojo, el viejo cuando era elegante -cuenta Manrique- lo era con todo. Usaba camisa con pechera, polainas, bastón y chambergo. El estaba en pijama o superelegante.

-Y Dalmira -pregunta la periodista-, ¿en qué momentos escribía? ¿Escondía sus escritos?

-Sí, escribía y guardaba. Manrique fue el primero en publicar a mamá en la colección El Balcón de Madera, un libro que se llamaba Los sonetos de Rosalía López .

-El viejo me miraba medio raro por esos tiempos -cuenta Manrique.

-Papá le dijo a mamá, cuando vio la edición -recuerda Clara-: "Yo a usted no le doy beligerancia". Después los leyó.

-Quería decir: yo con usted no compito -traduce Inés.

-El pensaba que una mujer que escribía se desnudaba en público -defiende Manrique.

-¡Ah! El podía mostrar su calzoncillo, pero Dalmira no -protesta Sonia.

-Bueno, para entender al viejo -observa Manrique- hay que pensar que era español hasta la médula. Ahora, voy a otro tema. Baldomero tuvo siete nietas, ningún varón. Con la generación de ustedes se acaba el apellido.

-No todavía -salta Clarita.

-¿En quién confían? -pregunta Manrique, riéndose.

-Sólo te hicimos una insinuación -se adelanta Clara-. ¡En los últimos tiempos pasan tantas cosas que aún podríamos tener un varón!

 

La casa de Flores

En 1938 los Fernández Moreno adquirieron la vieja casona de Flores, en la esquina de Francisco Bilbao y Rivera Indarte, que los cobijó hasta pocos años después de la muerte del poeta (1950). Sus hijos, durante décadas, se las ingeniaron para no volver a esas paredes llenas de recuerdos.

-Cuarenta años después, cuando vi que la casa se vendía, le propuse a Clara ir a verla -cuenta Manrique.

-Yo no pude ir -contesta Clara-. Me hubiese impresionado mucho. Pero el señor Peiteado nos ha llevado al barrio de Flores. El vive muy cerca de Francisco Bilbao. Yo he recuperado el barrio de Flores.

-Y yo he recuperado mi identidad -ríe, cachafaz, Manrique-. Fui como un presunto comprador. ¡Volví a ver la casa 44 años después! La encontré bellísima, la recorrí íntegra. Siempre me acompañan esas imágenes. No recordaba que los techos eran tan altos. Volví a ver ese vitraux hermosísimo que debe ser italiano o francés. Estaba intacto. Tanto me conmovió que escribí un cuento sobre eso...

 

Dedicado por Baldomero

Baldomero Fernández Moreno escribió muchos poemas para sus hijos y nietos. Aquí reproducimos algunos de ellos.

A César, desenfadadamente (1941)

No te metas conmigo, mocozuelo, 
talle de lezna, calabaza vana: 
si algo sabes de parla castellana 
te llega por tu padre y no tu abuelo.

Ni una amapola te sangró aquel suelo, 
ferreña nuez o, huera, una avellana. 
Mira alternarse en mi perilla cana, 
en leche, natas, y en café, recuelo.

El romancero vuela en mis humores 
como el soplo del monte en huerto/ 
quedo. 
Mi idioma es aun mayor que mis/ 
mayores,

y Garcilaso y Góngora y Quevedo 
para mis narizotas son tres flores. 
Yo soy un roble, hijo. Tú, ni un bledo.

 

A mi hija Clara (1942)

Este soneto es para Clarita, 
para que alguna que otra vez lo lea, 
cuando la chispa de hoy la llama sea 
que en su gracioso cuerpecillo habita.

La abeja de oro rosa que palpita 
y sobre el mundo su aguijón dardea. 
Ojo que duerme pero centellea, 
frente lejana pero que medita.

Burla de agua llene cada hoyuelo, 
que leas mucho y andes muy ligera, 
frase, gorjeo, movimiento, vuelo.

Que seas siempre tú contra cualquiera, 
que ames tanto la tierra como el cielo. 
Que me digas buen día la primera.

 

Manrique en Chile (1949)

No en el avión que el firmamento roza 
sino en el tren en cuya ventanilla 
como una estampa va la maravilla: 
la última, envuelta en pámpanos, Mendoza.

Te hunde la piedra, el río te alboroza,
y tras la nieve ciernes la arenilla. 
La sombra de Valdivia y la de Ercilla, 
y verde y blanco el Sur y verde y rosa.

Allí estás entre lagos y volcanes, 
mirando a todas partes, anhelante, 
capitán de tus versos capitanes.

Los Andes por detrás y el mar delante, 
desplegando tus planos y tus planes. 
Y una Parker azul por ayudante.

 

Inés, tu hermana (1950)

En mi infancia remota, bajo un segundo cielo, 
era un coro de hermanos sobre la carretera. 
La golondrina arriba con su sombra y su vuelo, 
la diligencia abajo lacia o cascabelera.

Soledad, Ascensión, María Jesús, Consuelo, 
y blanca y rubia, Inés, y espigada y ligera. 
Esta es mi cuenta grave de poeta y de abuelo. 
(Los muchachos, Gerardo y Ramón, quedan afuera.)

Era para mí un nombre -Inés- un poco breve, 
apenas una hoja, una brizna de nieve... 
Y yo amaba los árboles y el rumor de la mies.

Pero hoy es, con Marcela, el más bello del mundo, 
el más justo y exacto, el más dulce y profundo: 
Inés, Inés, y luego, de nuevo, Inés, 
Inés.

 

Humor en la tribu

Las fotos se realizaron en el departamento de Clara. Hubo que poner un poco de orden para que los Fernández Moreno abandonaran las mediaslunas y los sándwiches, porque se iba la luz del jardín. El fotógrafo acomodó un sillón y los ubicó en diversas posiciones. Entre risotadas y comentarios, el grupo enumeraba los sonidos que ayudaban a dibujar una sonrisa para las fotos. Inés sugirió que para perfeccionar el movimiento de los labios había que repetir como loro: petit pois, petit pois... Y hacía el ademán, adelantando un hombro y la cabeza. Pero lo único que lograba es que la boca le quedase redonda con expresión de asombro. Desistieron y volvieron al consabido: chiiiisss .

El fotógrafo se empecinó en poner un retrato inmenso de Baldomero sobre un sillón. Rodeándolo, todo el grupo familiar. Divertidos, las nietas y Manrique se mandaron toda una seguidilla de frases. Por ahí sobresalía una voz que decía: "Ayy!, se nos cae el abuelo". "Agárrenlo fuerte al abuelo." "Se está patinando el abuelo." Con esta escena, la tribu Fernández Moreno corroboró, una vez más, el sentido del humor, a veces ácido, que la caracteriza.

 

Protagonistas

  • Clara Fernández Moreno (de 67 años), poeta, licenciada en Letras, con sus dos hijas de apellido Vasco (hijas del poeta Juan Antonio Vasco): Carmen (de 32), traductora y escultora, se arrima a la poesía de a ratos y Clarita (de 29), poeta, licenciada en Ciencias de la Comunicación.
  • Manrique Fernández Moreno (de 69 años), poeta, narrador, periodista y diplomático. Hijas: Silvia (de 38), poeta, licenciada en Letras, y Sonia (de 37), licenciada en Ciencias Políticas.
  • Inés Fernández Moreno (de 50 años), cuentista, licenciada en Letras, hija del primogénito de Baldomero, César, poeta-antipoeta, ensayista.