ANTONIO DAL MASETTO

HISTORIA DE VIDA

Se define como un escritor-espía. Italiano de nacimiento, en su larga historia aquí es el que más ha usado sus propios materiales, sus recuerdos y aventuras para construir sus premiadas novelas.

Textos: Agustina Roca
Fotos: Ruben Digilio

 

A pesar de que nació en Intra, a orillas del lago Maggiore, en la zona alpina del norte de Italia, las facciones de Antonio Dal Masetto -como las de su madre, María, a quien retrató en sus novelas Oscuramente fuerte es la vida y La tierra incomparable- parecen mediterráneas. En su rostro, de facciones cinceladas, resaltan unos ojos negros y ciertas huellas delatoras de la intensidad de lo vivido. Habla en forma similar a sus textos, con un lenguaje seco, sin adornos, que cae en un pozo de silencio cuando termina de expresar lo que desea. Mientras prepara café, cuenta de su famosa afición por los bares del Bajo, lugar donde escribe sus crónicas: "Yo espero en esas mesas, como un cazador con la escopeta amartillada, que caiga la historia. Si uno está alerta siempre aparece. El escritor es un espía que anda por el mundo tratando de robar cosas en un lado y en otro para alimentarse".

La obra de este escritor-espía está alimentada no sólo por su necesidad de narrar, sino también por su vida aventurera. En sus textos se tamizan, como en pocos de nuestros escritores, retazos de sus experiencias vitales. Ha publicado dos libros de cuentos y ocho novelas. Entre estas últimas, Fuego a discreción, segundo premio municipal; Siempre es difícil volver a casa, llevada al cine por Polaco; Oscuramente fuerte es la vida, primer premio municipal, y La tierra incomparable, Premio Planeta 1994.

Cuando retozaba por las montañas de Intra, su padre Narciso y su madre María eran campesinos. Cultivaban todo tipo de verduras y frutas: hileras de vid para hacer vino. El joven se crió paladeando el sabor de la intemperie, alternado con sus estudios primarios en un colegio religioso. En su casa, él era el encargado de sacar a pastar las ovejas y las cabras. Parece que en el colegio le decían que tenía un don especial para el dibujo. Le contaron la historia del pintor prerrenacentista Giotto. El escritor relata: "Giotto era pastor, y mientras cuidaba a las ovejas dibujaba con un carbón en la piedra. Un día pasó por allí el gran maestro Cimabue y, reconociendo su talento, decidió enseñarle a pintar. Las monjas me decían que yo iba a ser otro Giotto", finaliza, tentándose, intentando esconder cálidamente su timidez.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la subsistencia se puso difícil en Italia y la familia emigró en 1950 a nuestro país. Al bajar del barco, partieron a Salto, donde el escritor, de 12 años en aquel entonces, tenía un tío. Empezó el duro aprendizaje, la transculturación. Cansado de que lo cargasen por su forma de hablar, decidió esforzarse para aprender el castellano. Para eso recurrió al arte. Su padre se asoció con su tío en una carnicería. Dal Masetto empezó a seleccionar las revistas que llegaban para envolver y, entre los globitos y el dibujo de las historietas, empezó a adentrarse en el idioma. Descubrió una revista, Leoplán, que traía relatos enteros de los clásicos y se zambulló en la biblioteca del pueblo. "Sufrí mucho con el traslado. Me sentía un marciano en el mundo. Como todo adolescente, pensaba que mi sufrimiento era único y que nadie me entendería. Un día encontré un libro, no recuerdo el autor, cuyo protagonista era un adolescente al que le pasaba lo mismo que a mí. Descubrí que no estaba tan solo en un pueblo perdido de la pampa. Para eso me sirvió la lectura."

Después, incentivado por los relatos de Salgari que había leído en italiano en su infancia y cuyas tapas cuelgan de la pared de su escritorio, se lanzó a descubrir su propia Malasia. Decidió, con 17 años, como su personaje Ciro de Demasiado cerca desaparece, hacer su valija y partir en busca de nuevos horizontes. Deslumbrado, bajó en Plaza Once y deambuló hasta que encontró una pensión en la zona. A los tropiezos, se fue acomodando a la nueva escenografía mientras realizó todo tipo de oficios. Recuerda uno con cariño: "Trabajé como heladero en la calle Pueyrredón. Me encantaba preparar los cucuruchos. Era como crear flores", cuenta.

Entre sus vivencias, destaca una de cuando, al igual que el protagonista de Siete de oro, el escritor se radicó en Bariloche, junto con su primera mujer y su hijo Marcos. Allí se dedicó a pintar paredes para subsistir. Cuenta: "Hace poco volví a Bariloche. Todo estaba muy cambiado. Empecé a buscar pistas de mi paso por allí. La casa que alquilaba estaba abandonada. En una de las rejas, encontré una herradura muy herrumbrada. Me la traje como amuleto".

La narrativa de Dal Masetto es, en líneas generales, cruda. Sin embargo, con Oscuramente fuerte es la vida se sumergió en otro ámbito más nostálgico. Un retorno a sus raíces. Su protagonista, Agata, es su madre. Al preguntarle cómo surgió esta narrativa, responde: "La inmigración es un tema. Yo nunca había escrito nada sobre eso. Supongo que durante 40 años estuve tratando de pelear para que no me confundieran con un extranjero. Quizás un psicoanalista me hubiese resuelto este problema más rápidamente. Decidí entonces rendir un homenaje a toda esa gente que vino desde tan lejos, y también a mi madre. Un día llegué a Salto y le dije que me contara todo lo que sabía. Al sacar el grabador, la campesina se asustó. Lentamente fue desgranando recuerdos".

A esa novela le sucedió La tierra incomparable, donde relata el regreso de Agata a su pueblo cuarenta años después: "En realidad, fui yo el que regresó. Allí se dio algo interesante desde el punto de vista del oficio: me propuse contarlo desde la visión de Agata y mi esfuerzo fue tratar de ver todo con los ojos de ella. Ese cambio de personalidad me obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por ejemplo- nunca subió a un avión. Al terminar el libro se lo mandé, ella tenía entonces 80 años. Después la llamé por teléfono y al preguntarle si lo había leído, me respondió tan sólo: Sí, está bien. Hoy tiene 86 años, es un personaje obcecado, sin violencia, pero duro como un roble".

De su padre, Narciso, que murió hace más de dos décadas dice: "Era tremendamente trabajador, tremendamente amante de su familia y tremendamente testarudo. Durante la Segunda Guerra Mundial, él trabajaba en una fábrica. Su turno terminaba a medianoche. Había toque de queda desde las 7 de la tarde, y muchos se quedaban a dormir en la fábrica, por temor. Mi padre volvía a casa. Su argumento era grande como una montaña. Decía: Yo quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede prohibir. Ni Hitler, ni Mussolini..."

Dal Masetto conformaba un trío con los escritores Osvaldo Soriano y Miguel Briante, fallecidos hace poco. "Mi amistad con Osvaldo era muy fuerte. Charlábamos horas por teléfono y nos encontrábamos a cenar cada tanto. El era un personaje muy ávido por conocer cosas. Cualquier excusa disparaba un tema que iba encadenando una asociación con otra."

-¿Y Briante?

-El tenía chispazos de iluminación. Un día habíamos ido como jurados a Mar del Plata y estábamos tomando unos whiskies. Hablábamos de la poesía, diciendo que la mayoría comenzamos escribiendo poesía. Que uno después la deja, por pudor, cuando lee a los grandes poetas. Briante me mira y me dice (habla en presente): "Bueno, al final la prosa es nostalgia de poesía".

Antonio Dal Masetto acaba de publicar su novela Hay unos tipos abajo. Su origen se remonta al Mundial del 78, época de mayor opresión de la dictadura militar. Para reflejar esto, el escritor tomó algunos apuntes sobre esa última semana, en que la Argentina jugaría la final con Holanda. A mediados de la década del 80, Rafael Filipelli le pidió un guión para televisión sobre el tema y otro para cine. Así se filmó la película, en la que trabajaron Luisina Brando y Luis Brandoni. Pero al escritor siempre le quedó ese argumento rondándolo para convertirlo en novela.

¿Qué diferencias habría entre ambos mundiales? "Hay una diferencia inmensa. El Mundial del 78 fue un gran negociado. Nunca se supo cuánto costó ese mundial. Se habla de 500 a 700 millones. Ese mundial fue una fachada siniestra. La junta militar intentó dar al mundo una imagen de país prolijo, en orden y próspero. Calcularon que vendrían cerca de 60.000 turistas y apenas llegaron unos 6000. Desde esta óptica fue un fracaso. Por otro lado, haber ganado dio un respiro, porque la gente pudo, a través del festejo, liberar su energía reprimida."

Soriano y los gatos

Es conocida la pasión que sentía Osvaldo Soriano por los gatos. Anécdotas y crónicas sobran. Dal Masetto cuenta un episodio que le sucedió con su amigo:

"Un día, algo molesto, me dijo: Pero, che, qué cosa, a vos nunca te va a ir bien con los libros, no vas a vender nada. ¿Por qué?, le pregunté sorprendido. Porque en todos tus textos, respondió, ¡¡le pasan cosas horribles a los gatos!! ¡Los destrozás, los matás, sos muy cruel con ellos! Vos no querés nada a los gatos -seguía apostrofándome- y los gatos, aunque vos no lo creas, tienen poderes. Así que más te vale hacerte amigo de ellos. Si vos no los respetás, nadie te va a leer. Después de largar todo esto, Osvaldo se tranquilizó. Yo me quedé pensando en lo que me había dicho. Y, por un tiempo, cada vez que me topaba con un gato por las calles, de noche, me arrodillaba y, chasqueando los dedos de mi mano derecha, le decía michi, michi, michi."