MEMPO en el país de las maravillas

Aunque es uno de nuestros más conocidos novelistas y ensayistas, por la historia de Mempo Giardinelli corren ríos de aprendizaje periodístico. También de padecimientos y, por qué no, de alguna alegría propinada por el país que, en su último libro, compara a los que imaginaba Lewis Carroll.

 

Textos: Agustina Roca
Fotos: Daniel Caldirola

 

Desde un departamento chico, pegado a la estación de Coghlan, vemos el sol hundiéndose como una enorme bola de fuego por el oeste. Sanguíneo hasta la médula, extravertido, polémico, Mempo Giardinelli (51) se jacta, en la cocina, de su arte para preparar el mate. El ha publicado seis novelas, entre ellas El santo oficio de la memoria (finalista del Premio Internacional Rómulo Gallegos), dos libros de cuentos y dos ensayos. El último, El país de las maravillas.

El escritor nació en Resistencia, Chaco, adonde regresó en la década del 90 para radicarse después de un largo peregrinaje porque extrañaba el olor del pago y la cercanía del río. Su padre, un panadero que se instaló en el Chaco porque hace años existía el mito de que allí se sembraba una moneda y salían árboles de oro, murió cuando su hijo estaba en la primaria. Poco después, cuando estaba en la secundaria, murió su madre. A partir de allí se estableció un lazo afectivo intenso con su hermana Beby, doce años mayor que él, a quien le dedicó su último libro y a quien define como una persona culta, que organizó y dirige la Biblioteca de Resistencia. "Yo -dice el escritor- tengo el Edipo cambiado. Mi hermana es mi vieja, en cierta forma. Somos grandes amigos..."

Parece que esta relación con su hermana lo marcó a fuego con las mujeres. En un capítulo de su nuevo libro habla del machismo de los argentinos y relata cómo él, un misógino empedernido en sus años mozos, fue virando lentamente su veleta en una ardua batalla consigo mismo. La batalla se desató a fuerza de patinar en sus relaciones con las mujeres y también por sus compañeras de vida, alguna de ellas con visiones feministas que lo llevaron a replantear su pensamiento.

No en vano realizó mientras dirigía la revista Puro Cuento, un congreso titulado Mujer y Escritura, y escribió una de sus novelas desde una voz de mujer. En su libro, confiesa: "Fui misógino y acabé teniéndoles miedo a las mujeres. No me avergüenza decirlo. En todo caso, lo he confesado por escrito hace años en una revista de las llamadas femeninas, con inocultable pena por mí mismo. Me casé, me divorcié y me equivoqué muchísimas veces con las mujeres, incapaz de dar, sin saber pedir, sin atender la voz de mi propia ternura y de mis debilidades infinitas".

Con aplomo, confiesa que las personas que más ama en el mundo son su hermana y sus dos hijas. Al hablar de las dos últimas se define como un baboso y utiliza generosos epítetos. Sus destinatarias son María (24), licenciada en Relaciones Internacionales, y Guillermina (22), estudiante de Psicología, ambas residentes en México. Con ellas mantiene un diálogo fluido, ya que Mempo, hombre inquieto en su oficio, viaja constantemente a congresos, a ferias de libros, sobre todo en los Estados Unidos, donde da clases, y siempre encuentra una excusa para recalar en México. Además, las niñas saben que tienen un pasaje abierto para visitar a su padre cuando lo desean.

"Todas las noches -cuenta- converso con mis hijas por Internet. Tenemos una relación muy fluida, siempre sabemos lo que piensa y siente el otro. Es un ritual infaltable. El correo electrónico cumple, como diría un turco de mi pueblo, con las tres B: es bueno, barato y bistoso (pronuncia esta última así de modo audiblemente oclusivo, eliminando la v)."

Al finalizar el servicio militar, Mempo se lanzó, cargado de sueños, con su primera novela bajo el brazo, hacia Buenos Aires. Había decidido que su destino era la escritura, "aunque el único que lo sabía era yo". Su primer trabajo fue en Editorial Abril, donde conoció al que sería su compinche, Osvaldo Soriano, que llegaba de Tandil. "Estaban Tomás Eloy Martínez como directivo, el poeta Miguel Angel Bustos, Marcelo Pichon Rivière, Sergio Sinay, Daniel Pliner, Norberto Firpo, Morero, Olga Orozco en la revista Claudia, y Germán Rozenmacher, gran amigo mío hasta que murió, en 1971."

-Eran épocas de hervidero cultural.

-Sí, había mucho intercambio. Juan Gelman estaba en la sección Internacionales de Panorama. Yo era un pibe, a mí no me daban ni cinco, pero sabías que estaban. Con Soriano lo tomamos como maestro a Eloy Martínez, aunque él no lo supiera. Lo leíamos con devoción. Mirá qué prosa -comentábamos-, mirá esta construcción, mirá como pone las comas...

Por aquellos años, alquilaba un depto con dos amigos estudiantes de arquitectura e ingeniería en la calle Serrano. Soriano vivía en Mario Bravo y Cabrera; otro compinche era Carlos Llosa, aquel que después adoptó el seudónimo de Bracamonte en la revista Humor. "Lo que queríamos -recuerda Giardinelli- era vivir, como un pibe de ahora, un poco lumpen, otro poco bohemio... Fue una época de mucha pasión nacional. Me acuerdo cuando empezó La Opinión. A Osvaldo Soriano lo llevaron a trabajar allí. Estábamos todos cruzando los dedos a ver si Jacobo Timmerman nos llamaba. Yo no quiero parecerme a esos viejos que dicen que todo tiempo pasado fue mejor, pero había mucha efervescencia."

-¿Cómo eran las redacciones de aquellos años?

-Eran pequeños foros griegos. Siempre había un maestro y sus discípulos. Me acuerdo de un tipo, Manolo Díaz Guerra, gran periodista, ni sé dónde andará Manolo. Te llamaba y te decía: A ver, pibe, vení... Y con infinita paciencia te corregía párrafo a párrafo. ¡Era fantástico!

Poco tiempo después alcanzó lo que se consideraba un premio: firmar su primera nota en Siete Días. Se lo debe -en parte- a Horacio de Dios. Este pasó por la redacción, la leyó y se la ponderó a su jefe, Martín Canto: "Don Manolo -comenta- vino después y me dijo: ¿Sabés, pibe, por qué vas a firmar tu primera nota? Porque un buen periodista la elogió".

En los primeros años de 1970, el periodista-escritor se encontraba como delegado sindical en la Editorial Abril y estaba vinculado con el peronismo revolucionario. Relata: "Lo que me habré peleado con don César Civita y con Raúl Burzaco. Hoy los miro con romanticismo... En 1975 fue destruida, prácticamente, la Editorial Abril, con una inquina feroz hacia don César y hacia el gremio de prensa en general. Empezaron los muertos, los desaparecidos. Fue una época de terror. Tenemos más de 80 víctimas de aquel entonces, entre fotógrafos, columnistas, cronistas..."

Por esa época, Giardinelli trabajaba en Crónica por la mañana, en Siete Días por la tarde y dos veces por semana iba por las noches a la revista Mengano. Editorial Losada estaba a punto de publicar su primera novela, en la serie Novelistas de nuestra Epoca, ésa que llevaba dibujos de Baldessari. Un día le avisaron que la policía o el ejército se presentaron y habían quemado dos o tres libros. Uno de Eduardo Mignogna y otro de él mismo.

-¿Hasta ese momento te pensabas ir del país?

-Yo tenía aquella sensación de muchos de nosotros, un poco irresponsable, de que a uno no le iba a pasar nada. Mi ex mujer estaba aterrada, mis hijas eran chicas. Yo no hablo mucho de esto, por respeto. Pasaron cosas tan terribles que la mía es una historia pequeña. Hasta parece una exageración que uno ande contando esto como si fuera una gran cosa. ¡En realidad yo tuve una suerte de este tamaño! -dice y redondea un círculo con sus manos.

-¿Cómo fue tu salida?

-Muy difícil. Yo no tenía dinero. Me ayudó una persona sumamente inesperada. Alguna vez voy a escribir sobre eso, quisiera contarlo, esta persona aún vive. Tenía un enorme poder en ese momento y lo tuvo durante mucho tiempo. Yo acudí a él en mi desesperación, porque no sabía cómo ni adónde ir. En realidad fue esta persona la que eligió que yo fuera a México. Un día me citó, me entregó un sobre donde había un pasaje a México y tres billetes de 20 dólares cada uno. Me dijo: Que tengas suerte, pibe, yo no te ayudé...

-¿Quién fue? ¿Timerman?

-Mirá, nunca he contado esto en mi vida. Cuando sea muy viejito lo contaré. Respeto a ese hombre y le agradezco profundamente. Lo único que te puedo decir es que era un poderoso empresario periodístico.

-En tu libro vos te proponés revisar los mitos de los argentinos. Te basás para eso en aquellas frases que, según tus palabras, los argentinos repiten y aceptan como un saber popular. ¿Cómo surgió esta idea?

-Cuando yo escribí mi primera novelita, un amigo que la leyó me dijo que había muchos lugares comunes y que eso estaba de más en la literatura. A mí me impresionó mucho. Me quedó una fijación por detectarlos. Tiempo después comprendí que son horribles, pero sirven para que nos entendamos. Como una diversión, durante años los fui anotando: oscuro como boca de lobo, la madre del borrego, somos pobres pero honrados, más sordo que Beethoven, lo atamo´ con alambre...

En 1995 le propusieron hacer un programa por cable basado en el libro Mitologías, de Roland Barthes. Giardinelli entonces decidió indagar en nuestros mitos desde estas frases que él denomina irreflexiones argentinas. Escribía un guión por semana.

"Esta estructura me quedó como material en bruto. Además, yo estaba trabajando en algo que se llama paramiología, una disciplina que junta, organiza y analiza las expresiones, apotegmas y frases hechas. En nuestro país mucha gente reflexiona sobre nuestra problemática maravillosamente bien en términos académicos, desde todas las disciplinas. Como yo no vengo de una formación académica, me pareció que la paramiología me permitía un camino diferente para indagar sobre nosotros mismos."

-¿Cómo se definiría esa otra mirada?

-Yo vengo desde la ficción, donde uno aborda la realidad tangencialmente, por vía imaginaria. Desde la alusión, desde la elusión, desde la ilusión. A mí me está doliendo lo que pasa en el país, estoy fastidiado y con bronca. Ante la bronca tenés dos opciones: quedarte paralizado y llenarte de resentimiento o proponer una esperanza. A nuestro país lo inventaron los grandes ensayistas, y el sueño nacional lo hicieron los intelectuales. El nuestro es un país cuyos hombres de letras fueron estadistas y cuyos estadistas fueron hombres de letras. De Echeverría a don Bartolomé Mitre, de Sarmiento a Avellaneda, de Alberdi a Ingenieros, de Lugones a Borges. Un país con una tradición tan rica se dio el lujo desde 1930 de despreciar al intelectual, al pensamiento y a la reflexión. Fijate lo que pasa ahora: han convertido lo que antes se denominaba imperialismo en globalización e imponen estos códigos vertiginosos de la ultraposmodernidad. Es el reinado de la banalización llevado al paroxismo.

-¿Con tu libro intentás contrarrestar eso?

-Ni soy un tirabombas ni soy tan pedante o pretencioso de creer que voy a cambiar eso. Yo busco con este libro sistematizar un pensamiento y sistematizar también mi dolor, mi desesperación y mi necesidad de esperanza. Yo partí de la base de que un diagnóstico veraz y feroz de lo que está sucediendo en nuestro país te lo da cualquiera. Basta con tocar un timbre. Además, el periodismo lo refleja perfectamente. Busqué, como tantos otros lo hacen, recuperar una esperanza de un país mejor. De una argentina verdaderamente democrática donde no te joroben, no te maten y puedas vivir en libertad. Eso es lo que transmitió Echeverría y lo que me enseñó Ingenieros. En esa tradición, allí, al final de fila, intento ubicarme -finaliza Mempo Giardinelli, mientras toma su último mate y se prepara para las fotos. Afuera empezó a diluviar.

 

Alicia en la Argentina

El último libro de Giardinelli, editado por Planeta, se titula El país de las maravillas. Se le pregunta a su autor si existe algún paralelismo entre su título y el libro de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas. También se le menciona el famoso artículo de María Elena Walsh, publicado en 1979, El país del jardín de infantes.

"Sí, sale del libro de Carroll. En cuanto al título de María Elena, pienso que de aquel país del jardín de infantes que ella relató con tanta agudeza durante la dictadura, no podríamos siquiera pensar que ahora, como país, hemos llegado al posgrado. Los tiempos de las comunidades son muy lentos. Nuestro país aún no ha llegado a la secundaria, apenas estamos en la primaria. Aunque, ¡ojo!, porque paradójicamente yo vivo mucho mejor ahora que hace veinte años. Por suerte, salimos del jardín de infantes.