La hija del torero

Con su último libro, se consagró definitivamente como novelista, aunque lo de esta española siga siendo también el periodismo. Tal vez de su padre haya heredado su temperamento sanguíneo y colorido: para ser tímida, Rosa tiene demasiada vitalidad encima.

Textos: Agustina Roca
Fotos: Daniel Caldirola

 

Hablando a borbotones, con unas manos expresivas que llevan anillos en todos los dedos y una pulsera metálica enrollada en miles de vueltas, Rosa Montero (47) con esa intensidad que la marca a fuego, parece un personaje escapado de un film de Almodóvar.

Como periodista, Rosa marcó época en el diario El País. Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo y alterna este oficio con el de narradora. Por su séptimo libro, La hija del caníbal, ganó el Premio Primavera y lleva vendidos 300.000 ejemplares en España.

"La narrativa me estructura -define-. Es mi recurso frente a la negrura de la vida, al sin sentido y a la fugacidad de la existencia. Todos nos buscamos trucos y recursos, hay gente que se dedica al poder, otros tienen una respuesta mística o humanística a través de la ciencia o el arte. En realidad, todas ellas no son más que formas de aguantar", dice y, quién sabe por qué, se tienta con su propia seriedad.

Rosa Montero aprendió a masticar la vida desde chica. Su madre, Amalia, dibujaba con gracia en sus años mozos, oficio que abandonó para ocuparse de su familia. Se dedicó con bríos a inculcarle confianza a su hija, al punto que la pequeña consideraba que el mundo estaba bajo sus pies. Frente a su padre, Pascual, torero de profesión, Rosa aprendió a decir sus primeras palabras: "A diferencia de otros niños -cuenta-, mis primeras palabras fueron Suerte, papá".

De aquellos años conserva unos recuerdos balsámicos: paseos por alamedas, vestidos con encajes y risas a la hora del té.

Cuando cumplió cinco años, la escenografía de su vida giró abruptamente. Del color pasó a la sombra. Su padre se retiró de la plaza y montó una fábrica de ladrillos en las afueras de Madrid. La escritora aún conserva la imagen de él subiéndose a una motoneta y poniéndose papeles en el cuerpo para enfrentar el frío. La debacle económica comenzaba. Rosa se enfermó de tuberculosis y abandonó la escuela durante cuatro años: "Es una enfermedad comodísima -dice, con sorna-, porque como te la pasas en la cama, te agarra el vicio de la lectura. Allí empecé a escribir mis primeros relatos. Yo leo muchas biografías de novelistas y he llegado a la conclusión de que el escritor es alguien que ha tenido la percepción de la pérdida desde muy temprano. Es posible que se escriba contra esa pérdida".

Como un buen ejemplo de esa generación de españoles que arañaba el cuarto de siglo cuando murió Franco y se iniciaban los aires renovadores de la democracia, Rosa Montero fue una rebelde que hundió con fuerza sus colmillos en la existencia. Como toda rebelde que se precie, abandonó a los 21 años la casa de sus padres dando un portazo y empezó a olfatear los distintos caminos, sumergiéndose en el hippismo por un tiempo.

Interesada por el ser humano y sus dobleces, incursionó por el teatro y los estudios de psicología para terminar pisando firme en el periodismo y en la narrativa. Con salero, acota: "Todas estas disciplinas están muy cerca, o sea que te pasas dando vueltas en torno del mismo agujero". Y otra vez se ríe.

Años después empezó a rondar como gato hambriento la casa de sus padres y se fue aquerenciando de a poco: "Con ellos hoy tengo una relación de maravillas. Uno pasa años ignorándolos hasta que, de repente, la crisis de la identidad cae sobre ti como una basílica. ¡Es terrible! Ahí comienza la narración mítica de tu infancia, tienes necesidad de reinterpretarla para reencontrarte con tus padres de aquella época. Empieza un período fundacional en el que reescribes tu pasado a partir de la relación con tus padres".

Toda persona gira durante su existencia alrededor de determinadas palabras, como una infatigable noria. Ellas definen -en parte- sus inquietudes y su forma de plantarse en el mundo. En Rosa Montero, una de esas palabras es identidad. Como si todas sus búsquedas, tanto en su vida como en su escritura, se convirtiesen en un intento por revelarla. No en vano en La hija del caníbal aparece, entre otros, este tema representado en el caso de una mujer cuarentona que ve evaporarse su juventud.

"Es un libro de iniciación -explica-. Del paso de la juventud a la madurez. Yo siempre sostengo que esta etapa es otra pubertad, en la cual uno vuelve a reinventar el sentido del mundo y de la propia identidad. Es un momento en el que todo se te hunde y en el que dejas, como en la adolescencia, un cuerpo para entrar en otro. Un día te despiertas y descubres que tu vida está hecha. También descubres tu propia muerte. Hasta ese entonces, la muerte pertenecía a los otros."

La crisis por la que atraviesa Lucía Romero, la protagonista de su última novela, se asemeja a la que padeció su autora no sólo en lo personal, sino también frente a la situación de su país. Aunque Montero jamás militó en ningún partido político, sintió una esperanza con la llegada de Felipe González y los socialistas al poder. Esperanza que se derrumbó cuando se destaparon los casos de corrupción del PSOE en los últimos años de su gobierno.

"Ha sido una amargura espantosa -se queja-. Descubrir que nada era verdad y que la gente con la que tratas, a la que respetas, miente de una manera atroz. Robos, manipulaciones desaforadas, estafas. Mataron a 27 personas, torturaron en dependencias estatales. Un gobernador de Guipúzcoa, Elorriaga, está supuestamente procesado por asistir a las torturas con capucha. Lo mismo el teniente general Galindo. A este último, luego de las denuncias, los socialistas le pusieron todo tipo de condecoraciones y lo nombraron general. Este proceso no ha terminado, el juicio aún continúa. ¡Todo esto apesta, es una cloaca!" Esta pérdida -por llamarla de alguna manera- de la inocencia de la periodista se refleja en su último libro. Ella sostiene la teoría de que hay siempre una minoría de malvados terroríficos y otra minoría de gente ética que se mantiene íntegra aun en momentos caóticos. En el medio navega la inmensa mayoría que inicia su rumbo con buenas intenciones, pero que luego inclinará su balanza hacia el lado que gire el entorno: si en el ambiente social reina la corrupción, se corromperá más; si -por el contrario- el ambiente es sano, avanzará.

Rosa Montero, conmovida por los hechos de corrupción de su país, se refugió en su novela como una forma de exorcizar los fantasmas: "De hecho, la he escrito para sobrevivir a todo esto. Todos arrastramos nuestras pequeñas miserias, pero existe una distancia entre ciertas bajezas y el horror".

-Frente a esta crisis, ¿cuál es la situación de los medios periodísticos hoy en España? 

-Hombre, es caótica. El periodismo es un espejo de la realidad y es un espejo bastante justo en las sociedades democráticas cuando no nos amordaza la censura. Se podría decir entonces que cada país tiene la prensa que se merece. El periodismo en España es chillón y está volcado a lo que llamamos la prensa de corazón, la de chimentos. La televisión es lamentable e incluso los periódicos serios hacen escarceos con estos temas. Es que no me gusta, no me gusta nada la vida política de mi país, incluyendo los medios de comunicación.

-¿Será por esta sensación que incluís en tu novela como coprotagonista a Félix Roble, un octogenario anarquista que cumple el papel de maestro? 

-Justamente... Aunque no es un maestro perfecto, porque no me lo hubiese creído. Es un maestro algo rotoso. Me pareció interesante incluir a alguien mayor, que pudiera enseñar. Que le dijese a la autora que la vida, pese a todo, merece vivirse. Y que se puede vivir una vida entera sin ser indigno, vamos, sin ser plenamente indigno, porque un poquitín está bien -contesta, riéndose, mientras se acomoda un anillo.

-¿Y vos qué pensás? ¿La vida, merece la pena vivirse? 

-Pues sí, a pesar de todas las pérdidas que sufrimos. Yo creo que se va obteniendo algo que es sabiduría. Con esto no me refiero a la simple acumulación de conocimientos, sino que para mí es una unión entre la comprensión y la compasión; la capacidad de sentir con el otro y de la comprensión del otro y con lo otro.

A pesar de que en este momento Rosa Montero no trabaja fija en el diario, mantiene sus colaboraciones y su columna. Sostiene que el periodismo serio es un género literario. Se le pregunta entonces cuál sería una de las principales diferencias entre el periodismo y la ficción.

"Cada uno tiene sus reglas fijas. En el periodismo, por ejemplo, la claridad es un valor. Cuanta más clara, más precisa y más carente de equívocos sea una pieza periodística, mejor. En la narrativa, la ambigüedad es un valor, cuantos más cabos sueltos dejes, mejor."

-¿Y en cuanto al lector? 

-En el periodismo se escribe pensando en el lector. No se escribe lo mismo para un suplemento dominical que para un periódico vespertino o una revista especializada. Incluso escribes pensando en el lector en muchos sentidos, hasta en el judicial. Tu escritura siempre está limitada por la asistencia del lector.

-¿Y en la ficción? 

-No se escribe pensando en un lector. La novela es un trabajo que sale desde lo más profundo, desde lo más oscuro, desde lo más vidrioso de uno. Pertenece a esos territorios cercanos al sueño. Alguna vez le oí decir a Vázquez Montalbán algo con lo que concuerdo. Dijo que los escritores escribimos para el lector que llevamos adentro.

-Leí en algún lado que te costaba mucho hablar en público. Lo disimulás bastante, hablás hasta por los codos... 

-Es que lo he vencido -contesta, riéndose-. Yo soy supervoluntariosa y disciplinada. De las dos cosas que me siento más orgullosa es de haber dejado de fumar, porque yo fumaba tres paquetes por día. Una drogadicta profunda, vamos. Y de haber aprendido a hablar en público. Yo no podía hablar en voz alta en la Universidad, me ponía roja, me temblaban las manos, tartamudeaba. Aun hoy soy un poco tartamuda, aunque casi no se me nota.

-En algún capítulo de tu libro escribiste: "Todos ocultamos, todos mentimos, todos poseemos algún pequeño secreto inconfesable". ¿Cuál sería el tuyo? 

-Vamos, hombre... inconfesable. No te lo digo, se rompería el hechizo -y estalla en una de sus caudalosas carcajadas.